lunes, 4 de agosto de 2008

Marcelo Peyret

Hijo de Alexis Pierre Louis Edouard Peyret.
Marcelo Peyret(1896-1925). Abogado desde joven se dedicó a la literatura. Autor de treinta novelas breves y treinta novelas extensas. Los Pulpos, Alta Gracia. Tiene obras teatrales y cuentos publicados en diarios y revistas. Fue Masón iniciado en la Logia Obediencia a la Ley Nº 13 el 22 de noviembre de 1921.
En 1924 el periodista, novelista y abogado Marcelo Peyret, fue expulsado de Alta Gracia por vecinos que no le perdonaron la publicación de un libro donde narraba los padecimientos de los enfermos tuberculosos.
Por Susana Salas
Alta Gracia. Comedor del Hotel Suizo. 1924- ¡ Doctor Peyret: es inconcebible lo que acabamos de leer! Un libro suyo cuyas descripciones no hacen más que ofendernos ! ¡Ésta es una villa paradisíaca visitada por lo más notable de la sociedad! –-¡Es verdad lo que dice el vecino! ¡Qué es eso de andar divulgando en una novela lo que padecen los enfermos del pulmón que vienen a vivir aquí! ¡Es de muy mal gusto lo que usted ha hecho! ¿Por qué mostrar públicamente el lado más oscuro de este lugar? ¿O pretende que ya nadie venga a alojarse a nuestros hoteles o a radicarse en Alta Gracia?. La suya es una acción que no podemos permitir! “Yo recuerdo que Peyret, que era abogado además de periodista y escritor, vivía en el alto y había venido en 1920 a curarse acá porque era tuberculoso” cuenta a Nuevo Sumario Oscar Ferreira Barcia, el cronista más antiguo de la ciudad, autor de la más completa historia de Alta Gracia escrita hasta ahora. “Él escribió en 1924 su libro “Alta Gracia” y mostró cosas que a la gente de acá no le gustaron nada, se enojaron tanto entonces que cuentan que estaba Peyret, como siempre lo hacía, en el Hotel Suizo y ahí fue donde lo insultaron, lo humillaron y lo echaron del pueblo por lo que había hecho. Yo no lo vi, pero me dijeron también que se quemaron libros suyos entonces. Este hombre, que además ya estaba muy enfermo se fue de Alta Gracia y murió a los dos años”, afirma con lucidez el historiador y periodista de 101 años. Hay versiones que sostienen que la pu-blicación causó tanto escándalo e in-dignación entre los habitantes, que desde el mismo púlpito de la Iglesia de la Merced, el Padre Amador Liendo, párroco por esa época, se ocupó de dedicarle varios sermones durante las misas al escritor que había osado hablar mal de este paraje, por esos días, en el apogeo de su brillo turístico. A lo largo de 191 páginas el narrador pinta, en una trama simple, paisajes, costumbres, amores y pesares de un escritor llegado de Buenos Aires que, - tal como le ocurrió al propio Peyret- había venido a Alta Gracia para curar su mal. “En Alta Gracia, conocía uno por uno a todos sus moradores. Sin embargo era poco querido. Su despreocupación por los convencionalismos sociales y el olímpico desprecio que le merecían los prejuicios del ambiente, lo hacían temible por sus sarcasmos y sus burlas sangrientas…” La cita tex-tual de la ficción “Alta Gracia” del mencionado creador, parece un relato de su propia experiencia en la villa serrana. La llegada de Peyret coincidió con la del médico y farmacéutico Arturo Lorusso, también aficionado a la literatura. “No se admiten enfermos” - “Usted debiera mudarse. Aquí en el hotel ( por el Sierras) se vive una vida que no le conviene.- - Sí, aquí son todos sanos. - Se equivoca; todos son enfermos pero tratan de disimularlo…y por eso no sanan. En Europa las estaciones climatéricas para enfermos, están pobladas de sanatorios, donde se hace una vida sana. Aquí no. Se oculta la enfermedad como un delito… en el mismo hotel. Mire el cartelito: “No se admiten enfermos”. Todos tratan de no parecerlo. Juegan al tenis, al golf, se fatigan, les aumenta la temperatura…Cuando un enfermo se agrava mucho, entonces se le pide la pieza…para cumplir con lo que reza el letrerito y más que todo por estética, para evitar el espectáculo de un moribundo” narra textualmente el autor. En diferentes capítulos, la pluma del ácido escritor, pinta la creación de la Villa Pellegrini, las partidas y los recibimientos en la estación de trenes, los paseos por el arroyo, las sierras, los chalets de chapas… Sin embargo no es en estos retratos donde se centrarán las duras críticas arrojadas hacia el novelista. Es el realismo puesto en algunas descripciones de esa vergonzosa enfermedad que estaba convirtiendo a la naciente villa de veraneo en un verdadero hospital, lo que irrita a sus celosos habitantes. “En tanto, las ola de enfermos pu-dientes seguían poblando la loma. Los hoteles se llenaban de gente y bien pronto, la villa fue presa de los especuladores… El pobrerío ya no disponía de tierra, que dividida en parcelas se pagaba a altos precios…Los ricos se instalaron en el alto. El pueblo y los enfermos pobres en el bajo. Los del alto despreciaban a los del bajo y éstos odiaban a aquéllos. La miseria de los unos daba relieve a la opulencia de los otros, y la salud precaria de éstos se hacía más notable al lado del vigor de los nativos. Pero bien pronto el contagio niveló a todos en un mismo dolor. Ahora los tísicos se hallaban en todas partes” continuaba el relato original. Cada párrafo no hacía más que enardecer lo ánimos en contra del intruso. - ¡Váyase hoy mismo de la villa, pues para nosotros ya es una persona no grata! - ¡Sí! que se vaya y yo propongo quemar toda obra suya que circule por ahí! Nadie más debe leer esa basura ! Nadie! Como para dar la estocada final, Peyret lanza: “El bacilo está en todas partes. Es el señor, el rey, el soberano absoluto. De él viven los médicos, los curas, los hoteleros y comerciantes. De él habla y se preocupa todo el mundo, en el palacio suntuoso y en el tugurio miserable. Es el nuevo señor de la montaña, buitre voraz que necesita carne humana para alimentarse. Se extiende a las vacas, vive en la leche, en la carne, en el aire, se esconde en los rincones, en la ropa, en el polvo del camino, en el beso de la madre, en el aliento de la novia y allí, artero solapado, alevoso, acecha el momento propicio y da el golpe”. Apenas dos años después de la publicación del testimonio del escándalo y de su expulsión de la villa donde lo había creado, Marcelo Peyret murió del mismo mal que Néstor Medrano, -el protagonista de su novela- en la vecina localidad de La Calera.

Autor de "Cartas de amor" y "Los pulpos"


"Pero aun coservaba el villorrio, el dulce sabor de su arcaísmo. Las nuevas construcciones copiaban la arquitectura de las antiguas, y los nuevos habitantes, excepción hecha de los enfermos, conservaban todas las características de sus antepasados indios. Pero vino la moda, esa señora voluble y caprichosa y lo cambió todo.
Una fuerte compañía de capitalistas fundó una villa nueva, que denominó Pellegrini, junto a la antigua. Se abrieron nuevos caminos; una calle separó la iglesia del tajamar y las lomas fueron cubriéndose como por arte de magia, de chalets, de pequeños "cotages" de estilos exóticos, de lujosos palacetes, que desde allí, en las alturas que se habían colocado, parecían burlarse del pequeño villorrio tendido a sus pies. Un hotel suntuoso, con los últimos adelantos de la civilización, concluyó de cambiar la idiosincrasia de la antigua factoría. La luz eléctrica cometió el sacrilegio de turbar con sus focos el misterio de las noches serranas. Las viejas costumbres desaparecían. Ya no más serenatas a la luz de la luna, ni más carreras de sortija los domingos, ni bailes en los ranchos. Las mozas del pueblo se empleaban como domésticas en los chalets, y los hombres, faltos de la sociedad de las mujeres, se reunían en las tabernas, que comerciantes extranjeros establecían en todas las esquinas."
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Vista de Alta Gracia
(...)
"Los ricos se instalaron en el alto. El pueblo y los enfermos pobres se instalaron en el bajo. El tajamar era la línea divisoria de las dos poblaciones.
Los del alto despreciaban a los del bajo, y éstos odiaban a aquellos. La miseria de los unos daba relieve a la opulencia de los otros, y la salud precaria de éstos, se hacía más notable al lado del vigor de los nativos. Pero bien pronto el contagio niveló a todos en un mismo dolor.
Cuando moría un enfermo, los pobres de la localidad iban a la casa mortuoria en demanda de los efectos y ropas del difunto; y, víctimas de su pobreza y de una mal entendida caridad, comenzaron a sucumbir también ellos.
Ahora los tísicos se hallaban en todas partes, en todas las esferas sociales. En el pueblo, contaminado, falto de alimentos y sin asistencia médica, el mal cundía como un reguero de pólvora. Se veía andar por las calles a los tuberculosos pobres, flacos, pálidos, macilentos, semejantes a cadáveres que caminaran solicitando la limosna de los ricos y llevando a sus casas, a sus ranchos miserables, donde viven hacinados, el inevitable contagio."
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Del libro de Marcelo Peyret "Alta Gracia".

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